"Los ojos de la piel" (juhani pallasmaa) arquitectura y los sentidos.
El ojo es el
órgano de la distancia y de la separación, mientras que el tacto lo es de la
cercanía, la intimidad y el afecto. El ojo inspecciona, controla e investiga,
mientras que el tacto se acerca y acaricia. Durante experiencias emocionales
abrumadoras tendemos a cerrar el sentido distanciante de la vista; cerramos los
ojos cuando soñamos, cuando escuchamos música o acariciamos a nuestros seres
queridos. Las sombras profundas y la oscuridad son fundamentales, pues atenúan
la nitidez de la visión, hacen que la profundidad y la distancia sean ambiguas
e invitan a la visión periférica inconsciente y a la fantasía táctil.
¡Cuánto más
misteriosa y atrayente es la calle de una ciudad antigua con sus dominios
alternos de oscuridad y luz que las intensas y uniformemente iluminadas calles
actuales! La imaginación y la ensoñación se estimulan mediante la luz tenue y
la sombra. Cuando se quiere pensar con claridad, tiene que reprimirse la
nitidez de la visión para que los pensamientos viajen con una mirada
desenfocada y con la mente ausente. La luz brillante homogénea paraliza la
imaginación, al igual que la homogeneización del espacio debilita la
experiencia del ser y borra el sentido de lugar. El ojo humano está mejor
afinado para el crepúsculo que para la luz diurna radiante.
La bruma y la
penumbra despiertan la imaginación al hacer que las imágenes visuales sean poco
claras y ambiguas; una pintura china de un paisaje de montaña envuelto en la
niebla o la arena rastrillada del jardín zen de Royoan-ji originan a una manera
desenfocada de mirar que evoca un estado meditativo, como de trance. La mirada
con la mente ausente penetra la superficie de la imagen física y enfoca el
infinito.
En su libro El
elogio de la sombra, Junichiro Tanizaki señala que incluso la cocina
japonesa depende de las sombras y es inseparable de la oscuridad: “Y cuando nos
llevemos a la boca esa materia fresca y lisa [el yokan], sentiremos fundirse en la
punta de la lengua algo así como una ) parcela de oscuridad de la sala”. [1]
El escritor nos recuerda que en tiempos antiguos los dientes ennegrecidos
de la geisha, sus labios negro verdosos, así como su cara pintada de blanco
tenían la intención de enfatizar la oscuridad y las sombras de la habitación.
Asimismo, el
extraordinariamente poderoso sentido del foco y de la presencia en los cuadros
de Caravaggio y Rembrandt surge de la profundidad de la sombra en la que está
embebido el protagonista, como un objeto precioso sobre un fondo de terciopelo
oscuro que absorbe toda la luz. La sombra da forma y vida al objeto en la luz.
También proporciona el reino del que emergen fantasías y sueños. El arte del
claroscuro también es una habilidad del arquitecto magistral. En los grandes
espacios arquitectónicos se respiran constante y profundamente sombra y luz; la sombra inhala luz y
la iluminación la exhala.
En nuestra
época la luz se ha vuelto una simple materia cuantitativa y la ventana ha
perdido su significado como mediador entre dos mundos, entre lo cerrado y lo
abierto, la interioridad y la exterioridad, lo público y lo privado, la sombra
y la luz. Habiendo perdido su significado ontológico, la ventana ha pasado a
ser una mera ausencia de muro: “El uso ventanales enormes [...] resta a nuestros edificios de
intimidad, el efecto de la sombra y la atmósfera [...]. Han equivocado los arquitectos de todo el mundo la
proporción del cristal, es decir ventanas o de espacios abiertos hacia el
exterior [...]. Ya la
vida interior del hogar se ha perdido, se ha perdido por la gran ciudad, la
urbe que obliga a la gente a vivir fuera de su casa”,[2]
escribe Luis Barragán, el verdadero mago del secreto íntimo, el misterio y la
sombra en la arquitectura contemporánea. Del mismo modo, la mayoría de espacios
públicos contemporáneos se volverían más placenteros con una luz menos intensa
y una distribución desigual. El útero oscuro de la sala del consejo del
Ayuntamiento de Säynätsalo de Alvar Aalto recrea un sentido místico y
mitológico de comunidad; la oscuridad crea un sentido de solidaridad y
fortalece el poder de la palabra hablada.
En los
estados emocionales, los estímulos sensoriales parecen derivar desde los
sentidos más refinados a los más arcaicos, de la vista al oído, al tacto y al
olfato, y de la luz a la sombra. Una cultura que trata de controlar a sus
ciudadanos es probable que promueva la dirección opuesta de la interacción;
alejarse de la individualidad íntima y la identificación hacia un
desprendimiento público y distante. Una sociedad de vigilancia es
necesariamente una sociedad del ojo voyeur y sádico. Un método eficiente
de tortura mental es el uso continuado de un alto nivel de iluminación que no
deja espacio para un retiro mental o para la privacidad; incluso se deja
expuesta y se viola la oscura interioridad del yo.
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